miércoles, 17 de junio de 2009

Cita a ciegas

Llegaba impaciente, nervioso, y para colmo, tarde. Cuanto más pronto salía de su casa, más tarde llegaba a los sitios. No sabía cómo, pero era así. Lo tenía más que comprobado en el trabajo, las reuniones, en la ópera... y ahora, que después de estar tres años solos conseguía tener una cita, ni siquiera ese día se podía dar la excepción de la regla. Aún no sabía muy bien desenvolverse con las mujeres, nunca había tenido muchas novias, amigas sí, y buenas además, pero novias, no, ¿para qué? Pero ahora que se hacía mayor la pregunta era ¿y por qué no? En el trabajo le iba estupendamente, de hecho le aumentaron el sueldo gracias a que su proyecto publicitario consiguió ser un éxito. Tenía una familia encantadora, una casa decorada con un gusto exquisito, una gran personalidad que dar a conocer, pero siempre, al final, se acordaba de que también tenía un problema que compartir. Pero a aquella chica parecía no haberle importado, y eso fue precisamente lo que le enamoró. Porque sí, Martín estaba enamorado.
Caminaba rápido pero con paso seguro, como siempre solía hacer, y más a esas horas de la noche en que había tanta gente por el centro dispuesta a desconectar de la semana e incluso a ahogar sus problemas en el cubata de fin de semana.
No estaba seguro a qué altura de la calle quedaba el restaurante, pero siempre tomaba como punto de referencia el segundo paso de cebra, porque una vez pasado, la primera a la izquierda, ese era el local, su local. Le gustaba llamarlo así, “Mi local”, y es que habían sido muchas horas de facultad las que pasó allí, muchas comidas de empresa, muchas reuniones familiares, y por fin hoy, añadiría una cita a esos recuerdos.
Era un restaurante pequeño, muy acogedor, que tenía una cafetería adosada donde aprendió a escuchar y a reír rodeado siempre de amigos. Y es que Martín siempre había sido muy sociable, siempre se sintió bien acogido en la facultad tanto por sus profesores como por sus compañeros, quienes estaban pendientes de él en todo momento. Cada vez que entraba a “su local”, todos esos recuerdos parecían ser de hacía unos días, y habían pasado nada más y nada menos que más de diez años.
Al llegar, Julián estaba tras la barra, o al menos eso se imaginó Martín porque era donde se pasaba las horas. Nada más verle, Julián salió a recibirle.
- Martín, ¿qué pasa? ¿cómo va eso?
- Pues ya ves, mejor que ayer y peor que mañana.
- Di que sí, esa es la actitud. Bueno, tu mesa está ya preparada, pero creo que tu acompañante no ha llegado aún, qué picarón, que callado te lo tenías...
- Anda, anda, ¿puedo pasar ya?
- Sí claro, tú como en tu casa, ya sabes... Te acompaño y te enseño la mesa. Como siempre, junto a la mesa de cortar.
- Gracias, Julián siempre en todo. ¿Podrías traerme un agua con gas mientras espero?
- Eso está hecho, ahora mismo.
- Gracias.
A Martín le encantaba aquella mesa. Cada vez que Julián partía su famoso jamón un aroma invadía el ambiente, y el aire sabía a jamón, a jamón del bueno.
Unos minutos después de que Julián le hubiese servido el agua llegó Carla. Le dio por detrás en el hombro para llamar su atención y para que se cerciorara de que ya estaba allí. Se dio la vuelta, y le dio dos besos. A juzgar por el perfume y el olor a champú pudo saber que estaba recién duchada, y eso le encantaba, porque emanaba un olor a limpio que nada podía igualarlo, ni siquiera el jamón de Julián. El taconeo de Carla hasta su silla le hizo captar su coquetería y belleza.
- ¿Llevas mucho esperando?
- No, no, que va, no te preocupes.
- Es que lo del aparcamiento está imposible en el centro.
- Sí, la verdad que sí.
El olor a jamón se entremezclaba con el de Carla, y ya no se distinguía el uno del otro, parecía ser colonia de bellota. De pronto se dio cuenta de que su propio pensamiento le estaba haciendo sonreír.
- ¿De qué te ríes?
- De nada, simplemente estaba pensando para mí.
- Bueno, pero ¿no se puede compartir? ....
- Es que parece como si todo el restaurante oliera a ti y a jamón.
- Ah bueno, -comenzó a reírse con esa risa nerviosa que tanto encandilaba a los hombres- eso está muy bien. Por cierto, ¿quieres que pidamos?
- Sí, no te preocupes, Julián sabe qué traernos, lo he dejado a su elección.
- Uy, esto es todo un lujo...
- Sí, pero no te acostumbres, esto sólo pasa en la primera cita.
Carla pudo sonreír, pero si fue así, no lo vio. Tras una increíble cena, llena de conversación, risa, comida de calidad, buenas maneras, Martín creyó que el momento que tanto había deseado evitar estaba por llegar, y así fue.
- Bueno, y tú, lo tuyo, ¿cómo lo llevas?
- ¿Lo mío?, me gusta, original forma de llamarlo.
- Lo siento.
- No de verdad, me gusta- y esbozó una cariñosa sonrisa- pues depende, tengo días, momentos...pero intento ver el lado positivo de las cosas, con la paradoja que eso incluye.
Tras la pequeña burla hacia sí mismo, Carla no pudo contener la risa, que tras unos segundos contagió también a Martín.
- Me parece estupendo que sepas reírte de la vida.
- Hombre, no me queda otra.
- Me resulta increíble estar aquí contigo.
- ¿Y eso?
- No sé, nunca había entendido eso de que “el amor era ciego”, pero creo que esta noche lo he hecho.
- ¿Lo dices en serio?
- Absolutamente.
- Gracias, me siento muy halagado.
Tras los postres, Carla llevó a Martín a su casa. Aparcó el coche en el portal, quitó el contacto del coche, y se giró para hablar más cómodamente con Martín.
- Martín, sólo quería que supieras que me dan igual tus ojos, que me importa el corazón, y sé que es muy grande.
- Gracias Carla, de verdad, me siento muy a gusto y seguro contigo.
- Pues espero que te sientas igual de bien mañana, porque te invito a comer a mi casa. Te recojo sobre la una y media. ¿Te parece bien?
- ¿Bien? Me parece mucho más que bien.
Carla le dio un beso en la mejilla, ambos se despidieron y ésta esperó a que Martín entrara en el portal. Una vez dentro él la volvió a saludar. Dio la luz del portal, manías de la vida, y se adentró en el ascensor. Palpó hasta encontrar la tecla del segundo piso y apretó. Aún no podía creerse estar con una mujer como Carla. Lo tenía todo, era inteligente, alegre, cariñosa, y según decían, muy guapa. Llegó a su casa, guardó el bastón, se puso el pijama y se metió en la cama. No podía quitarse la sonrisa tonta de la cara. ¡Menuda cita! Había sido su primera cita con una mujer después del accidente con el ácido, aquel maldito ácido que le había dejado ciego de por vida. Pero ahora no le importaba, eso daba igual, porque al día siguiente tendría otra de las tantas citas con Carla, porque aquella misma noche Martín decidió convertirse en el amor ciego de su vida.

2 comentarios:

  1. wow! increible historia! me ha encantado!!!!

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  2. ¿En serio?Me alegro jeje, y sobre todo me alegro de que sigas entrando jeje,gracias guapo!!

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