miércoles, 18 de noviembre de 2009

Lágrimas escondidas

Como cada mañana, aunque hoy algo más tarde, me dirigía a la facultad en ese transporte archiconocido y a veces también “archiodiado” que según el anuncio televisivo “vuela”. Tenía una muy buena mañana de miércoles, he entrado sin prisas y hasta he conseguido sentarme, algo que se valora y agradece gratamente de vez en cuando. Aquí entre nosotros, yo iba a mi bola, mis cascos, mi música, una mirada al cristal de vez en cuando….y justo en una de esas miradas, he visto que la persona más cercana a mí, sentada a mi derecha para ser más exactos, comenzaba a gimotear, con la cara entre las manos. No era una señora mayor, yo diría unos 50 y pico años…De repente, confieso que me he quedado en blanco: ¿le pregunto? ¿Le digo algo? ¿Le ofrezco ayuda? ¿Tengo derecho a meterme en lo que no me llaman?
Sus lágrimas aumentaban sin parar, como si la llegada de la siguiente estación le recordara aquello por lo que estaba triste. Han sido momentos angustiosos, no sabía qué hacer, ni qué decir, ni siquiera sabía si debía hacer algo. De pronto, he levantado la vista y me he llevado una decepción tremenda. Todo el mundo la estaba mirando, todo el mundo me miraba a mí como diciendo: “Ay qué ver, pobre señora”, todos sabíamos que todos nos habíamos dado cuenta. Entonces me he dicho: “Si esta gente quiere pasar del mundo, de los demás, adelante, pero yo no he sido educada así, y mucho menos mi interior van por ese derrotero”. Así que, ya en Moncloa, me he dirigido a ella a preguntarla si la podía ayudar en algo. Sus ojos, unos ojos azules preciosos, con dos lágrimas cayendo me han mirado, y me han dicho: “No, no, es muy fuerte, todo es muy fuerte”, y con esto, ha salido del vagón, y siguiendo su camino, junto con el resto de viajeros, ha desaparecido de mi vista.
Ante tanta impotencia, lo único que he podido hacer es dedicarle una oración, para que fuese lo que fuese lo que le pasara, encontrara pronto consuelo, y le dedico esta entrada de blog para hacer saber al mundo que cualquiera tiene derecho a un hombro sobre el que llorar, incluso aunque sea el de un extraño en el metro de Madrid.

1 comentario:

  1. ¡Vaya cosas que le pueden pasar a uno, sin que lo espere! La lástima, y, también, lo mágico, es que no sabremos nunca qué ha pasado ni qué pasará. Le deseo lo mejor a esa mujer.
    ¡Muy buena entrada!

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