miércoles, 12 de agosto de 2009

En sus zapatos

Hacía calor, mucho calor. Eran las dos de la tarde y una de las calles más céntricas de Madrid estaba totalmente levantada a tan solo 3 metros de nosotros. Me encontraba esperando a unas amigas para una de esas comidas veraniegas que de vez en cuando nos pegamos y que tan bien sientan. Opté por la sombra para esperarlas ya que el sol era algo inhumano. Me quedaré también con esta palabra para describir lo que en ese escaso cuarto de hora que estuve pude comprobar. A mi lado, un hombre de color pedía desesperado algo de dinero. Vendía esos periódicos con nombre de mobiliario urbano que todos conocemos y que nunca compramos. Una gorra le cubría y le defendía del inmenso calor, gorra que acabó por quitarse, ya que le daba más calor del que le quitaba.
Con toda la educación y su buena volunta pedía por favor algo de ayuda. Me quedé observando durante ese rato las reacciones de la gente. Unos volvían la cara, otros se le quedaban mirando con desprecio, otros se hacía los sordos, y tan sólo una persona (de muchas que pasaban por ahí a esa hora) le miró y se lo negó, eso sí con un sonrisa. De pronto me puse en su lugar, y pensé que debía ser horrible estar hora y horas en la entrada de un restaurante archiconocido, en el que entra gente de dinero, morena de sus vacaciones recién estrenadas, con sus bolsos de moda, con sus gafas de marca...y que ni siquieran te contesten.
No pude remediar ofrecerle algo de comida, que con una sonrisa me aceptó agradecido. Al salir, él sí me miró, el sí me dio las gracias y por supuesto con una auténtica sonrisa.

1 comentario:

  1. Nadie merece ser tratado como si no existiese. A veces se nos llena la boca con grandes frases que no arreglan nada y no aprovechamos las miles de oportunidades que se nos brindan a diario para mejorar nuestro micromundo.
    Pues sí, que el prójimo es siempre el más cercano...

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